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sábado, 7 de enero de 2012

UN DULCE VENENO




¿Por dónde empezar? ¿Por qué no por ese sueño repetido, ese remolino de imágenes que, a veces, amanece en la conciencia y otras se queda atascado en el pliegue de la almohada?

Hay una casa a la que siempre vuelvo en sueños. Es una casa de estancias laberínticas en la que nunca he estado. Abrir cualquier puerta es volver a lo que no se puede, a ese mundo irrecuperable. Hay sueños que, al igual que los recuerdos, parecen encerrar los secretos de una vida y quizás por eso, durante la ensoñación, intentamos buscar algo que nos redima de nuestras pérdidas: las cosas, las personas que quisimos y nos quisieron. Asumimos como inevitables esas ausencias, pero entonces ¿por qué aparecen de súbito en la conciencia como un rumor antiguo de palabras que no entendemos y que nos revuelve como un remordimiento?

Me gusta pensar que los soñados y yo coincidimos en el mismo sueño, pero sólo nos percibimos, algo nos impide vernos o tocarnos ni siquiera levemente, y, al presentirnos cercanos, un estremecimiento parecido al de un reencuentro nos invade. Ojalá supiera cómo soñar para transformar esas evocaciones en presencias corpóreas y todo pudiera repetirse: aquella mirada comprensiva, unas palabras al oído con sabor a nube de algodón dulce, las sutiles caricias de mi abuela que conseguían calmarme. Si pudiera soñar que meriendo un tazón de chocolate con pan, untando de manteca, junto a mis primos, o que vuelvo a visitar el magnolio solitario que tanto me gustaba y que, inquebrantable, se atrevía a romper la armonía del parque cada otoño. Entonces no comprendía la extraña atracción que me arrastraba hacia él para tocar su tronco, ahora sé que ansiaba contagiarme de su firme esencia.

Esa casa me recuerda las dulces costumbres, esos deliciosos venenos que, a pesar de todo, me hacían feliz. Drogas que adormecían mi alma inquieta. Miedos impuestos con palabras de caramelo. Canciones y juegos infantiles cautivadores pero alineadoras como mandamientos divinos. Allí, Carmen, no era más que un sinónimo de corrección. Me moldeaban cada día, por dentro y por fuera. No cabía un pensamiento ajeno a la uniformidad imperante.

Tú, como las demás. Muros y alambradas. En la casa de mi sueño no hay ventanas, sólo cortinas que los fantasmas ahuecan a rachas, imitando el vaivén del viento. No sé por qué el sueño me lleva irremediablemente a ese pasado. No lo deseo. Es posible que intente hacerme recordar que, aunque viví ese tiempo, fui capaz de tomar decisiones, vedadas por tradición, de las que sólo yo fui responsable.

Tal vez, soñar con esa casa reviva mi necesidad de mirarme en los demás para ser consciente de mí y así me ayude a delimitar mi libertad sin dejarme subyugar por sentimientos vacilantes.



Carmen Swan