Baile de máscaras
Acudí a un baile de máscaras sin ser invitada.
Bailaba con todos, feliz, porque me rodeaba un ambiente cordial y amistoso. Pero al llegar la medianoche, cuando sonó el último gong, todos se quitaron las mascaras.
Las sonrisas y los halagos desaparecieron, dando paso a la indiferencia, el fastidio, el desdén.
Rostros crispados por el dolor, me rodearon.
—¡Quítate la máscara! —gritaban— muéstranos tu verdadero rostro. Muéstranos tu dolor.
—No llevo máscara —contesté.
-¡Mentirosa! Eres una mentirosa.
Y se abalanzaron sobre mí, igual que los buitres sobre su presa.
Sus manos eran garras afiladas que desgarraban mi piel, queriéndome quitar una máscara inexistente, y contagiándome su dolor.
Mis lágrimas se mezclaban con las gotas de sangre que provocaban sus arañazos.
Caí al suelo al no poder soportar tanto dolor, y una carcajada resonó en el salón.
—Es cierto, no llevabas máscara. Pero a partir de hoy la llevarás —dijo una voz fría y cruel—. Te hemos arrebatado la inocencia. Ya eres como nosotros.
"Eres como nosotros, eres como nosotros", repetían, como si del eco se tratase.
Y otra vez se escuchó esa terrible carcajada.
Unos ojos grises, fríos como el hielo, aparecieron delante de mí. Y unas manos huesudas, llenas de cicatrices, me entregaron una máscara.
Póntela, te pertenece. Es la máscara de la realidad. Es tu premio-castigo, por haber asistido a un baile de máscaras sin ser invitada.
Bailaba con todos, feliz, porque me rodeaba un ambiente cordial y amistoso. Pero al llegar la medianoche, cuando sonó el último gong, todos se quitaron las mascaras.
Las sonrisas y los halagos desaparecieron, dando paso a la indiferencia, el fastidio, el desdén.
Rostros crispados por el dolor, me rodearon.
—¡Quítate la máscara! —gritaban— muéstranos tu verdadero rostro. Muéstranos tu dolor.
—No llevo máscara —contesté.
-¡Mentirosa! Eres una mentirosa.
Y se abalanzaron sobre mí, igual que los buitres sobre su presa.
Sus manos eran garras afiladas que desgarraban mi piel, queriéndome quitar una máscara inexistente, y contagiándome su dolor.
Mis lágrimas se mezclaban con las gotas de sangre que provocaban sus arañazos.
Caí al suelo al no poder soportar tanto dolor, y una carcajada resonó en el salón.
—Es cierto, no llevabas máscara. Pero a partir de hoy la llevarás —dijo una voz fría y cruel—. Te hemos arrebatado la inocencia. Ya eres como nosotros.
"Eres como nosotros, eres como nosotros", repetían, como si del eco se tratase.
Y otra vez se escuchó esa terrible carcajada.
Unos ojos grises, fríos como el hielo, aparecieron delante de mí. Y unas manos huesudas, llenas de cicatrices, me entregaron una máscara.
Póntela, te pertenece. Es la máscara de la realidad. Es tu premio-castigo, por haber asistido a un baile de máscaras sin ser invitada.
Natalia
Abril 2008
Horrenda verdad la de vivir la realidad. Es mejor ser un soñador y perseguir mariposas.
ResponderEliminarInquietante.
ResponderEliminarTemo que la máscara esté más presente de lo que pensamos.
¿De lo que desearíamos?
Infinitamente mejor ser un soñador.
ResponderEliminarla máscara está muy presente, pero no siempre nos damos cuenta.